“Benarés es más antigua que la Historia,
más antigua que las tradiciones,
más vieja incluso que las leyendas,
y parece el doble de antigua que todas juntas”.
Mark Twain
En esa densa y ruidosa ciudad de Benarés (Varanasi) donde el desorden y la suciedad habitan por doquier, todo cambia abruptamente cuando logramos dejar atrás el enjambre humano y llegar al Ganges, un río que todo lo purifica y que además es la razón de existir de la ciudad. En esa orilla, la occidental, reina la paz, los peregrinos hacen sus abluciones y rezos con un fervor y devoción que parecen perdidos en nuestro mundo occidental. Entramos por los ghats, y nos encontramos los pandas con sus rituales, los lavanderos extendiendo los saris multicolores, los remeros esperando al visitante y el barbero en cuclillas con su clientes. Más allá, se extiende la otra orilla, la orilla impura. Está vacía y permite ver el infinito.
Desde los orígenes de la historia conocida, el nombre de Kashi (nombre con el que los hindúes conocen a Bénares) hace vibrar el alma hindú. Es la ciudad de Shiva, un lugar de antes y después de la creación, donde la muerte es parte de lo cotidiano. El que muere en Kashi recibe de Shiva el conocimiento y a su vez se transforma en él. Kashi simboliza la aspiración del hombre a la trascendencia, morir en ella es un privilegio.
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