jueves, 10 de febrero de 2011

Guadalupanos













Festejar a la Virgen de Guadalupe en el Cerro del Tepeyac, no solamente es una tradición mexicana, es un acto de fe y amor hacia María, la Madre de Dios, mucha gente asiste a la Basílica a orar, escuchar misa, hacer peticiones y alabarla con sumo respeto y admiración, esperando así el milagro que cada peregrino quiere para su vida y la de su familia.
A Rufino, precisamente lo mueve la fe, tiene 27 años y desde hace 14 camina por dos días y medio del municipio de San Pedro Cholula en Puebla, circulando por Paso de Cortés, la Amecameca, el Valle de Chalco, y finalmente Los Reyes hasta arribar a la Basílica de Guadalupe, ubicada en el Distrito Federal.
En contraflujo, un río de fe corre por la orilla de la carretera México-Puebla. Miles de peregrinos se mueven en un andar incansable, férreo. La Virgen de Guadalupe les aguarda en su aposento del Tepeyac, y por eso se dan prisa. La fe se traga cientos de kilómetros, no importa cuántos haya que caminar para rezarle, agradecerle o pedirle ayuda. Mujeres caminan con niños en brazos o en carriolas, con la familia completa, el esposo, las hijas, los hijos, los nietos, la nuera, el yerno. Dicen que la cultura entra por el lado materno, también la fe en la Virgen de Guadalupe.
Las mujeres le acercan sus familias a costa de todo, no importa que hayan tenido que pedir prestado, empeñar sus pertenencias o vender algunas gallinas. Vienen de comunidades del Estado de México, Puebla, Oaxaca y Veracruz. La devoción de esta parte de México entra de noche por el oriente de la ciudad de México.

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